(…)Él la llamo con las manos. Ella se acercó a la cama. Él la molestaba con su pie. Ella lo miraba y se reía. Cuando se estaban mirando, él la invitó a subir y a dormir juntos. Ella esperó, subió y se sacó los zapatos. Se acostaron. Se miraron. Charlaron un rato. Se taparon con las sábanas. Se besaron y acariciaron. Él la abrazaba. Ella acariciaba sus rulos y oreja. Se tomaban de las manos. Se reían juntos. Un momento en el cual ambos, pensaron que no sucedería, pero allí estaba pasando. Él le decía que era tierna con él. Ella en cambio le decía que era ‘raro’. Decidieron dejar los reproches de lado. Él le pidió perdón por lo de la noche anterior. Se hablaban al oído. Ella se tenía que ir. Él no quería que se vaya. La invitó a que se quede toda la noche. Ella moría por quedarse. Moría por él. Había esperado tanto tiempo eso. Había esperado que él se juegue una vez por ella. Prometieron volver a verse y no sólo en ese lugar donde estaban sino también acá. La acompañó a la puerta. La besó. Y ella se marchó. Feliz. Con las caricias y besos de él, intactos, en su piel…
JG ©
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